"Tienes una forma muy finita de herir porque te fijas en la gente, encuentras lo que la hace vulnerable y poco a poco les vas metiendo ideas, pero así, anclándote de lo que son. Y, sin embargo, también sabes sanar igual".
Así actúas, así eres, eres un modus operandi.
Así actúas, así eres, eres un modus operandi.
Me lo dijeron hace años y hoy que me dedico a escuchar, retumba más en mi cabeza de lo que quisiera.
Empezó cuando era niña y me rascaba las costras. A veces, tomaba una aguja y poco a poco las abría más; en unas ocasiones, intentaba que sólo saliera un poco de sangre porque me gustaba ver los vasitos blancos y desahuciados. Salía sangre blanca como en ese tiempo le decía al plasma. Cicatriz transparente.
Otras ocasiones era más tosca porque tocaba con la misma aguja varios puntos de manera muy delicada y puntual, pero a veces me equivocaba, tocaba mal y me volvía a rascar, pero era más porque había tocado un pequeño nervio que me hacía actuar por reflejo. Comezón al nervio.
Era una niña, pero de alguna manera sentía un morbo por el dolor. En mi lógica de ese entonces, si yo conocía a fondo el dolor que me ocasionaba rascarme, podría superar el siguiente porque me sería familiar.
Todo mal, naturalmente. Aunque le atribuyo a esos momentos tener un umbral de dolor bastante amplio.
Con los años dejé de rascarme las costras y empecé a cuidar de mi piel, pero el sistema, esa lógica, trascendió.
Empecé a rascar otro tipo de costras. Costras ajenas. Para la gente que me rodeaba en ese entonces, yo era la niña que llegaba con su aguja y abría las heridas que ellos me compartían para diseccionarlas a detalle. Provocaba esa comezón al nervio que no hacía que te rascaras, pero que incomodaba porque era a partir de las heridas personales. Todo tenía una lógica y nada salía fuera de lo que hubiera planeado.
Empecé a rascar otro tipo de costras. Costras ajenas. Para la gente que me rodeaba en ese entonces, yo era la niña que llegaba con su aguja y abría las heridas que ellos me compartían para diseccionarlas a detalle. Provocaba esa comezón al nervio que no hacía que te rascaras, pero que incomodaba porque era a partir de las heridas personales. Todo tenía una lógica y nada salía fuera de lo que hubiera planeado.
Y yo también tenía costras que hacían que me rascara el alma por reflejo, porque me hacían entrar a lugares incómodos en primera estancia.
Siempre morboseando el dolor personal. As usual.
Con el tiempo, aprendí a dominar estos sitios al punto de quererlos por tan incómodos que estos fueran y me di cuenta de lo mucho que me gusta la incomodidad y la democracia que esta conlleva.
Pero esa parte no la entenderías ni explicándotelo con el ábaco.
Siempre morboseando el dolor personal. As usual.
Con el tiempo, aprendí a dominar estos sitios al punto de quererlos por tan incómodos que estos fueran y me di cuenta de lo mucho que me gusta la incomodidad y la democracia que esta conlleva.
Pero esa parte no la entenderías ni explicándotelo con el ábaco.
Hoy, no estoy muy segura quién soy porque siempre pensé que era la niña que llegaba con su aguja y ahondaba en esas costras (aunque en el presente esas habilidades me sirvan). Pero no.
Hoy creo que más bien soy la costra. Lo sé porque hay recuerdos, cosas, palabras o puntos que me pican, como la aguja que utilizaba. Solo que no sé qué parte me da comezón y sé que brota algo, pero no estoy segura de que sea sangre, ni plasma, ni algo tangible, pero sé, que brota algo. Y sé también que debe haber un niñito igual de curioso que yo, al que le gusta picarme con su aguja, pero aún no sé quién o qué es.
Y así he estado durante semanas. Me gustaría platicártelo a detalle. Sé que lo entenderías, pero no estás, entonces me veo en la necesidad de escribirlo.
También lo voy a publicar porque creo que entre más lo compartes algo se va con ello y duele menos o es menos incómodo o simplemente pasa algo.
Solo no me presiones, apenas ando delineando qué tipo de comezón tengo.
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